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Per essere spiriti liberi, ci vuole una certa disciplina

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giovedì 2 ottobre 2008

Miguel y su bici

En esos últimos días Miguel había estado dividido entre el placer agridulce de los recuerdos y el conforto ligero de las novedades. Le parecía vivir como en una burbuja y no sabia bien por donde salir, ni por donde intentarlo. Aquella tarde, después de una jornada que habría sido muy positiva, si sólo le hubiera importado algo de las cosas del trabajo, había decidido coger su bici y relajarse subiendo la colina detrás de casa, que tanto le hablaba de su pasado.

Miguel se llamaba así por la inmensa pasión que su padre tuvo para el ciclismo y si a ese señor le hubiese gustado tanto el fútbol, pensaba Miguel a veces, ahora él se llamaría Diego. Sin embargo, quizás por la magia de aquel nombre o quizás por la pasión trasmitida por el padre, desde pequeño tuvo un don especial: cuando la vida le agobiaba, era capaz de coger su bici y desafiar el mundo. Podía llegar a cualquier sitio, encontrando dentro de sí fuerzas que no sospechaba tener, y cuando en fin se quedaba exhausto, también los agobios habían desaparecido.

Aquella tarde Miguel salió de casa pensado dar una vuelta rápida, pero poquito a poco le ganó la idea de llegar hasta la iglesia y ver el mundo desde allí. Y fue así que empezó a subir.

Primero pasó la casa de su primera novia, la de cuando tenia 14 años, la que nunca se olvida. Era una casa grande, en la que nunca había entrado y por eso la daba cierto temor. Todavía el camino era plano y no le costó mucho superarla.
Luego llegó a la casa de su amigo del colegio, con el que nunca había ido muy de acuerdo, y por eso quiso dejarla atrás rápidamente, aunque la subida se iba haciendo más y más empinada. Ahora Miguel subía lentamente, ganándole metros a la carretera con gran esfuerzo. Todavía le empujaba el orgullo de aquel desafió a sí mismo y la curiosidad de ver que había detrás de la siguiente curva. Puede que detrás de la curva haya un tramo más llano - pensaba Miguel - donde podré descansar un poco. Fue entonces que se dio cuenta que su vida siempre había sido un poco así, una incontenible y continua curiosidad de ver que había detrás de la próxima curva, sin conformarse nunca con lo que ya tenia. Quizás por eso, pensaba Miguel, había sido incapaz de evitar el fracaso de su relación.
La ultima casa conocida que encontró fue la de esa amiga que no veía hace muchísimo, desde que ella se había mudado a vivir a otra ciudad. Entonces la subida se hizo más empinada aún y Miguel vio claramente la imposibilidad de llegar hasta la iglesia. Cuando el sol desapareció definitivamente de la vista, puso un pie a tierra y declaró su fracaso: la iglesia estaba cerca, mas demasiado lejos para poderla alcanzar en bici.

Que está pasando, – se preguntó Miguel – por qué no consigo llegar a mi meta? Fue entonces que una idea revolucionaría empezó a tomar forma en su miente y lo que parecía imposible alcanzar en bici apareció muy fácil bajando de la bici y empezando a andar. En lugar que girar la bici hacia la bajada, Miguel empezó a empujarla hacia arriba, algo que nunca habría pensado tener que hacer. Rápidamente llegó a la iglesia.

Se había hecho de noche y desde la cumbre de la colina Miguel tuvo una vista nueva de su pasado. Aquella tarde había alcanzado su meta y vencido sus agobios sin tener que contar tan solo con su bici. Se sintió más ligero y sin darse cuenta empezó la bajada en la noche fresca..

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